El cuarto adonde habita mi ruiseñora se nutre con el ruido de mi demora, los cantos de la calle se están plegando y el mórbido reloj mira blasfemando.
De noche todo es claro si en su cortina ondula una cadera que se adivina, sacude su pañuelo la manterasa y enciende las señales por donde pasa mi atávico desvelo buscando casa.
La cama adonde escurro mis homenajes es donde desterramos la barrera de los trajes, es donde de algún modo su resolana se adueña de mi lengua tan soberana.
AllĂ nos respiramos de diestra suerte, allĂ nos cobijamos por si la muerte, allĂ yo le regalo mis estertores y allĂ ella me devora con mil amores cogiendo de mi sangre las frescas flores.
La cama donde anida su pulpa suave es esa donde yergue su cuello mi ave y aquella adonde estira su claro modo amándome de cerca y mordiendo todo.
Su cama multiplica mi envergadura que es llave con la que abro su opulenta sabrosura, que es fuego con el que echo su frĂo afuera y anido su gemido cuando lo quiera.
Viniendo de tan lejos estoy tan hondo, tan cerca de su dentro y tan al fondo, tan ávido y completo tan estrujado, tan posesivo y pleno tan aplicado que cuando el nuevo dĂa se asoma me alza...